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jueves, 11 de octubre de 2012

PERSONALIDAD PSICÓPATA


PERSONALIDAD PSICÓPATA



Como ya vimos en la entrada "Personas con enfermedades mentales", hay personas con trastornos psiquiátricos -como la personalidad psicópata- que pueden desarrollar serias conductas violentas.

Personalidad psicópata


Por eso decidimos dejarles aquí un ejemplo del caso de un muchacho con personalidad psicópata:



La historia de Carlitos

Crecí en una familia de cuatro hermanos, dos mujeres y dos hombres. Soy la segunda y me sigue mi hermano Carlitos, a quien le pusieron el nombre de mi papá por ser el primer hombre.

Desde niño, Carlitos tenía un carácter diferente: hacía muchos berrinches y tenía problemas en la escuela, tanto de conducta como de disciplina. Siempre acababa peleándose con sus amiguitos y era muy mentiroso; contaba que los otros le habían pegado, robado, insultado; total, que siempre decía tener la razón. Lo peor es que mis papás le creían casi todo, y nosotros pensábamos que era así porque estaba muy consentido.

Mi hermana y yo dejamos de quererlo muy pronto. Era insoportable, teníamos que aguantar sus arranques de mal humor con gritos, patadas e insultos; además, nos robaba cualquier cosa que le gustara. Siempre hacía sus numeritos, cuando estábamos todos en el carro, listos para irnos de vacaciones a la playa, había que esperarlo una hora o más porque el niño estaba haciendo su berrinchito de que mejor no quería ir, mientra mi papá trataba de convencerlo, lo cual sólo lograba después de cumplirle algún capricho o darle dinero.

Fue creciendo y las cosas no cambiaron. En vez de madurar, empeoró. Pasó por nueve escuelas diferentes debido a que lo expulsaban por su conducta violenta. Como no le duraba ninguna amistad y nadie lo invitaba, teníamos que soportarlo metido en la casa. Jamás hacía algo por los demás, pero siempre exigía que se le cumplieran sus caprichos inmediatamente. Mi papá no quería darse cuenta de nada, a pesar que mi hermano nunca se le acercaba para otra cosa que no fuera pedirle dinero o permisos. Le sacaba dinero con las mentiras más ingeniosas, como que se iba a inscribir en clases de tenis o de inglés. Muchas veces se inscribió en escuelas de idiomas, deportes, gimnasios, computadoras, música, pintura, pero jamás fue más de tres veces a alguna de ellas.

Tenía 17 años y seguía igual, pero ahora sus arranques violentos ya nos daban miedo. Teníamos dos perritos que adorábamos, y un día los agarró a patadas; después estuvo torturando a los canarios con una vara. Mi hermano el más chico ha tenido que soportar su crueldad por mucho tiempo y también lo odia.

Cuando empezó a manejar, mi papá le compró un carro, a pesar de que ni la secundaria había podido terminar. Muy pronto tuvieron que ir a rescatarlo y pagar una fortuna, porque lo detuvieron por manejar borracho. Carlitos insultó al uniformado y, a patadas, le tiró la motocicleta. Lo que lo salvó fue ser menor de edad. En una ocasión, cuando apareció un arma en su mochila, afirmó que alguien le había introducido entre sus cosas y le creyeron.

Las conversaciones a la hora de la cena era siempre iguales. Todos los días, a Carlitos le había ocurrido algo espectacular y desagradable: algún imbécil o una vieja idiota le habían hecho algo, o había presenciado una balacera o un atropellamiento, llegaba a decir que lo habían asaltado y golpeado, aunque nunca le vimos un moretón.

No podíamos quejarnos, porque mi papá decía que nosotros o tratábamos mal; según Carlitos, las hermanas éramos las brujas; él nos acusaba a diario y mi papá le creía todas sus mentiras. Así que tratando de llevar la fiesta en paz, hacíamos todo para no exaltar a nuestro hermano. No lo contradecíamos, poníamos cada que de le creíamos todo y nos aguantábamos y reprimíamos el coraje que nos daba su falta de consideración hacia los demás, incluyendo el hecho de nos robara.

Todas las sirvientas se fueron porque Carlitos las trataba mal; les exigía que lo atendieran todo el día. Sin importar la hora, pedía que le sirvieran el desayuno o que le plancharan tal pantalón. Les gritaba y las ofendía hasta que se iban; según mis papás, todas eran rateras malagradecidas; pero una noche yo lo vi salir del cuarto de una de ellas y al día siguiente ella desapareció.

Cuando cumplí 19 años, mi hermana y yo conocimos a un psiquiatra en la boda de una amiga. Entre broma y broma le dijimos que iríamos a verlo porque las dos nos estábamos volviendo locas. Pero él no lo tomó en broma, y nos hizo muchas preguntas para saber lo que pasaba. Después de escuchar nuestras historias, en las que el protagonista siempre era Carlitos, nos ofreció recibirnos en su consultorio sin cobrar para hablar seriamente con nosotras.

Fuimos al día siguiente, creyendo que realmente se había dado cuenta de que estábamos necesitadas de ayuda pero lo que nos dijo fue una sorpresa: nos dio una cátedra sobre el padecimiento de mi hermano y nos recomendó seriamente alejarnos de él porque era un individuo peligroso.

Con mucho trabajo, entendimos que el problema era serio y que, por el momento, nosotras no podíamos hacer nada por nuestros papás ni por nuestro hermano menor.

Las dos conseguimos empleos de medio tiempo, porque ya estábamos en la universidad, gracias a Dios en la UNAM, en donde las colegiaturas no son elevadas, nos fuimos a vivir a un departamentito, cerca de la universidad.

La salida de la casa fue horrible. Mis papás reaccionaron muy mal y no entendieron, o no quisieron entender nuestros motivos. Les dimos una fotocopia con la descripción de la enfermedad de mi hermano y mi papá, fúrico, la rompió. No la leyó. A gritos empezó a alegar que Carlitos era muy inteligente, que no era retrasado mental y que nosotras estábamos atentando contra su prestigio. Hasta nos amenazó para que no anduviéramos diciendo por ahí a los conocidos que nuestro hermano estaba loco.

A mi hermano menor le ofrecimos nuestra ayuda cuando la necesitara, y lo invitamos a vivir con nosotras en el momento en que consiguiera permiso o, si no,  cuando tuviera 18 años. Pero antes de cumplirlos ya estaba viviendo con nosotras. A las mascotas las pudimos rescatar porque eran nuestras.

La comunicación con mis papás se cortó y nunca volvimos a hablarnos. Nos enteramos de dos o tres ocasiones en que Carlitos fue detenido por la policía, y de una en que fue atendido en el hospital por una sobredosis de droga (me imagino que con el cuento de que se la pusieron en la bebida). También sabemos que sigue sin amigos ni amigas, y que se le conoce como el más sangrón y presumido de la colonia, todo el mundo le da vuelta.

Desconocemos cuántas veces tuvo problemas con la justicia, pero la última vez asesinó a un tipo. Lo molió a golpes en una establecimiento que contaba con cámaras de televisión. No supimos ni quisimos conocer los detalles; nos bastó saber que había pruebas suficientes y que se quedaría muchos años encerrado sin que los abogados de mi papá pudieran hacer nada.

Antes sentía lástima por mis papás porque pensaba que realmente trataron de formar una familia unida, pero ahora no siento nada. Sé que no fue su culpa que mi hermano estuviera enfermo, pero nosotros también éramos sus hijos y nunca se pusieron de nuestro lado. Ninguno de los tres los buscamos ni ellos a nosotros.


Fuente: Lammoglia Ernesto. El amor no tiene por qué doler. Ed. Grijalbo

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